Lo que hago y lo que pienso.

Mis trabajos de la escuela de diseño de Altos de Chavón, mis quejas y mis aventuras mas pintorescas.

Saturday, August 2, 2008

No hay que odiarla, hay que comprenderla

Cuando vas a visitar un dentista, desde el día en que te ves en la necesidad de llamar para la cita, o más bien, por casualidad está tan cerca de ti que no puedes evitarlo (aunque sabes que es necesario… siempre las cosas incomodas son por tu bien) ya sientes esos escalofríos, la piel se vuelve de gallina y hasta puedes sentir las plumas (por gallina). ¿Por qué será? Carajo que difícil es ir a un dentista.

Como todo en la vida evoluciona, cuando yo iba a cortarme el pelo unos 15 años atrás, te premiaban con una paleta “si te portabas bien”, y claro, muchacho al fin, ¿me voy a portar mal? Paleta pa toé’l mundo. Los dentistas deberían hacer lo mismo sin importar la edad. Pero que va… no hacen nada más que mortificar y para colmo, los instrumentos son mejorados y les acomodan las horas de torturas. Nosotros los pacientes no tenemos otra salida que ser, como bien lo describe el sustantivo, pacientes.

Lo rónico es que el dentista conoce todas y cada una de las sensaciones que provoca el aparatico ese que suena como perro triste, pero “es parte del proceso”, cepíllese los dientes y no le pasará (el culpable siempre es uno, ni Colgate ni Oral B, uno).
En mi caso, que es lo que me inspira a escribir estas líneas, mi hermana es quien me atiende, y como la confianza es un problema, si yo me rio de algo, me retuerzo, cierro la boca, hablo, no escupo cuando me lo pide o me distraigo con la nueva lámpara del techo, no me toca paleta. ¿Es para comprenderla? Decida usted.


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